(Cinco Días, 29-07-2025) | Mercantil, civil y administrativo

La percepción del acuerdo comercial alcanzado este domingo en Escocia entre la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, varía considerablemente según la cercanía con las negociaciones. Quienes participaron directamente en los diálogos con representantes estadounidenses expresan alivio y subrayan que el resultado pudo haber sido peor. "Detengámonos un momento a reflexionar sobre la alternativa: una guerra comercial, que algunos parecen desear, tendría consecuencias muy graves", advirtió este lunes el comisario de Comercio, Maros Sefcovic.

En contraste, los expertos que analizan el resultado desde una perspectiva técnica tienden a mostrar desilusión. Entre ambos extremos se encuentran los líderes que deben dar su aprobación al pacto, aunque lo hacen con escaso entusiasmo. El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, lo resumió así: "Apoyo este acuerdo comercial, pero lo hago sin entusiasmo alguno". Otros, como el primer ministro francés, François Bayrou, han sido mucho más críticos: "Es un día triste cuando una alianza de pueblos libres, unida para defender sus valores e intereses, opta por someterse".

Quienes cuestionan el pacto consideran que la estrategia europea ha sido poco firme desde el principio. Olivier Blanchard, ex economista jefe del FMI, lo expresó pocas horas después de conocerse el acuerdo: "Cuando impera la ley del más fuerte, el débil no tiene más remedio que aceptar su destino. Pero Europa tenía margen para actuar con mayor firmeza. Ha perdido una gran oportunidad de enviar un mensaje contundente al mundo".

Víctor Burguete, investigador sénior en el CIDOB de Barcelona, critica la actitud concesiva de Bruselas, que optó por ofrecer muchas ventajas a EE.UU. sin aplicar suficientes presiones. Cuando Washington impuso aranceles al acero, aluminio, automóviles y otros productos, la reacción europea fue lenta y moderada. Incluso cuando la UE preparó una respuesta con aranceles por valor de 21.000 millones de euros, los suspendió rápidamente para facilitar el diálogo. Mientras tanto, la Administración Trump mantuvo fuertes gravámenes: 25% al sector automotriz, 50% a acero y aluminio, y casi 15% en otros productos. Para Burguete, este es un mal acuerdo que transmite una señal preocupante: que la Unión Europea puede ser presionada con éxito.

Desde el think tank Bruegel, Ignacio García-Bercero reconoce que "cierto desequilibrio era inevitable", aunque considera que la UE debería haber activado mecanismos de defensa como el instrumento anticoerción. Exjefe negociador europeo con EE.UU. durante el primer mandato de Trump, García-Bercero aboga por mantener vigentes las medidas aprobadas el viernes por el Consejo, que permitirían aplicar represalias por 93.000 millones de euros si Washington incrementa los aranceles nuevamente. "Es fundamental tener previstas represalias automáticas si EE.UU. supera el 15% de aranceles, incluso en sectores sensibles como el farmacéutico", afirma.

Alberto Rizzi, del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, considera que el temor a una guerra comercial fue determinante. "Muchos gobiernos europeos temían más los costes inmediatos de una confrontación comercial que los efectos de ceder ante Trump. Políticamente es un desastre, pero económicamente es lo mejor que se pudo obtener dadas las circunstancias", sentencia. Rizzi también advierte que un endurecimiento en el frente comercial podría haber afectado la cooperación en otros ámbitos, como el respaldo militar a Ucrania.

Otro elemento clave fue la falta de unidad en la UE. Países como Alemania, con más exposición comercial, presionaron para llegar a un entendimiento rápido, lo que dejó de lado las posturas más firmes. El Gobierno de Giorgia Meloni, que confiaba en sacar ventaja gracias a su cercanía con Trump, terminó sin resultados positivos. Alemania, en cambio, se considera parcialmente beneficiada por haber logrado que los aranceles al sector automotriz se redujeran del 27,5% al 15%, como destacó Von der Leyen.

Para Eric Dor, profesor de la Universidad Católica de Lille, los nuevos aranceles suponen una amenaza seria para la competitividad europea y pueden tener un fuerte impacto negativo en empleo y crecimiento. A su juicio, el efecto real es mayor al 15% porque debe sumarse la revalorización del euro, que en lo que va de año ha subido un 13% frente al dólar. Eso encarece los productos europeos un 28% en comparación con los estadounidenses, un problema que podría agravarse si continúa esa tendencia. Además, muchas importaciones de EE.UU. siguen sin barreras en Europa.

Aunque el sector automotor ha conseguido cierta rebaja, Dor advierte que seguirá siendo uno de los más afectados, sobre todo considerando que el Reino Unido ha logrado que sus fabricantes queden exentos. También hay inquietud en las farmacéuticas de Alemania, Bélgica e Irlanda, ya que no todas sus exportaciones estarían protegidas. Lo mismo ocurre con los productores de maquinaria y bebidas alcohólicas. En el caso de España, aunque solo el 6% de sus exportaciones se dirigen a EE.UU., sectores como el del aceite de oliva se verán perjudicados. Burguete recuerda que otros países, como Japón o el Reino Unido, han obtenido acuerdos más equilibrados con reducciones arancelarias recíprocas del 15%.

Finalmente, desde el Instituto de Economía Mundial de Kiel se advierte que el coste de evitar una guerra comercial con Trump ha sido abandonar los principios del multilateralismo y del comercio regulado. "En lugar de aceptar un acuerdo desfavorable, la UE pudo haberse aliado con otras economías afectadas -como Canadá, México, Brasil o Corea del Sur- para responder con fuerza a las amenazas de EE.UU.". Los expertos coinciden en temer que estos aranceles no desaparezcan, incluso después de que Trump abandone la presidencia en 2029.

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