(Expansión, 22-10-2025) | Laboral
Pasión. Durante años fue la palabra favorita de los discursos motivacionales, el lema que adornaba las paredes de las oficinas y el mantra de los líderes inspiradores. Se convirtió en consigna, en promesa, en tendencia. Pero el exceso de uso terminó por vaciarla de contenido. "Hazlo con pasión o no lo hagas" se repitió tanto que perdió fuerza. Hoy, el tono ha cambiado: ya no se habla tanto de entusiasmo, sino de cansancio, agotamiento y límites. Y no es una simple percepción: el informe El estado del lugar de trabajo global, elaborado por Gallup, lo evidencia. Solo el 21% de los empleados en el mundo se siente realmente comprometido con su trabajo; más de la mitad termina la jornada emocionalmente exhausto y uno de cada cinco se declara solo.
Gallup calcula que esta falta de conexión cuesta a la economía mundial 8,9 billones de dólares. Y entre los líderes, la implicación apenas llega al 27%. Muchos directivos ya no quieren ser los héroes inagotables de los relatos empresariales; están agotados de fingir un entusiasmo constante. Cada vez más se identifican con la llamada quiet ambition (ambición tranquila): personas que no renuncian a su talento, pero tampoco desean vivir atrapadas en la exigencia permanente. Quieren crecer, sí, pero a su propio ritmo, con equilibrio y propósito. Mientras tanto, las redes sociales amplifican la contradicción: nos conectan más que nunca, pero rara vez nos acompañan. Promueven imágenes de éxito sin pausa, aunque no alivian la soledad de la vida cotidiana.
Hace unos días, en un vuelo, escuché a dos chicas jóvenes -de la Generación Z- conversar. Entre risas, una comentó: "Tía, mi jefe insiste en que vayamos todos a correr para hacer equipo, pero no tiene pasión por lo que hace". Me sorprendió la frase. No sonaba a reproche, sino a una observación sincera. Era la constatación de algo evidente: cuesta hacer equipo cuando quien lidera ha olvidado lo esencial.
Esta generación, formada, conectada y con vocación global, busca sentido en lo que hace. Valora las empresas por sus valores, no por sus logos. Y lo que más aprecia es la autenticidad. Sin embargo, hemos confundido pasión con espectáculo. Creemos que quien no sonríe todo el día no ama su trabajo o que quien no publica frases inspiradoras no está comprometido. Pero la pasión verdadera no se mide en gestos ni en palabras; se percibe en los detalles, en el cuidado, en la precisión, en la atención silenciosa.
Recordé algo personal. Este verano me fracturé un dedo del pie -nada grave- y en urgencias pensé: "Ojalá me atienda alguien que sienta pasión por su trabajo". Buscaba en la mirada de quien me ayudaba ese brillo tranquilo de quien disfruta haciendo las cosas bien, con curiosidad y respeto. Porque cuando alguien cree en lo que hace, todo mejora. No hace falta una gran causa: basta con hacerlo bien, con intención. No es romanticismo, es eficacia.
Los datos lo confirman: según Harvard Business Review, los equipos que trabajan con propósito son tres veces más productivos y presentan menor rotación. Pero más allá de los números, hay una cuestión más profunda. El filósofo Byung-Chul Han, autor de La sociedad del cansancio y Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2025, describe cómo vivimos en una cultura del rendimiento, donde ya no hay un amo externo que oprime, sino que nos autoexplotamos. La obsesión por ser productivos, exitosos y positivos nos está agotando. Vivimos, dice, en una sociedad dominada por el narcisismo y el vacío del deseo, donde cuesta cada vez más relacionarse con los demás.
Ese es el dilema. Hemos confundido pasión con hiperactividad, entusiasmo con obediencia emocional, conexión digital con compañía real. Aunque los estudios demuestran que el multitasking reduce la calidad del trabajo, seguimos atrapados en el ciclo. La verdadera pasión, sin embargo, no tiene que ver con la euforia, sino con la coherencia, con la calma de quien sabe por qué hace lo que hace.
Por eso, hoy hablar de pasión no es pedir que trabajemos más, sino reconectar. Preguntarnos qué parte de nuestro trabajo nos motiva, nos reta o nos hace sentir útiles. Recordar que el trabajo puede ser un espacio de sentido, no solo de rendimiento. Tal vez la palabra "pasión" haya pasado de moda, pero en un mundo cansado, recuperarla es un acto de resistencia. Se trata de volver a lo esencial: disfrutar de lo que hacemos, valorar el trabajo bien hecho, el propio y el de los demás.