(El Economista, 16-10-2025) | Laboral

Lo más llamativo no es tanto la mala posición de España en términos de oportunidades laborales, sino quiénes están empezando a superarnos por la cola. Si a comienzos de año Finlandia ocupaba el último puesto, ahora es Suecia la que se coloca como el segundo peor país de la Unión Europea para encontrar empleo. Según los datos más recientes de Eurostat, España desaprovecha el 18,2% de su fuerza laboral potencial. Esta cifra incluye a los desempleados, a quienes desean trabajar pero han dejado de buscar empleo y por tanto no figuran oficialmente como parados, y a los trabajadores subempleados que solo consiguen empleos de pocas horas. Todos ellos forman parte de la llamada "holgura laboral", un indicador en el que Finlandia alcanza el 19% y Suecia el 18,3%.

Aun así, España se mantiene por encima de Italia (14,9%) y Francia (14,8%). El mayor lastre sigue siendo el paro tradicional, es decir, quienes buscan activamente un empleo y están disponibles para trabajar, que representan 10,5 puntos del total. A esto se suman los desempleados "ocultos", que añaden 3,4 puntos, una cifra inferior a la de Finlandia (5), Suecia (5,8) e Italia (6,4), y similar a la de Francia (3,4).

En cuanto al subempleo, España ocupa la cuarta posición en la UE, con un aporte de 4,3 puntos a la holgura laboral, solo por detrás de Países Bajos (5,1), Finlandia (4,8) e Irlanda (4,7). Aun así, se trata de una mejora respecto a 2022, cuando liderábamos este ranking de precariedad. El análisis histórico, desde 2009, muestra que España fue el país donde más creció la holgura laboral durante la crisis financiera, alcanzando un máximo del 36,9% en el segundo trimestre de 2013 -16 puntos más que Suecia y 18 más que Finlandia-.

Desde entonces, esta tendencia se redujo de forma constante, hasta situarnos al nivel de Italia en 2019. Sin embargo, la pandemia provocó un repunte más acusado en España que en otras economías europeas, ampliando la brecha con el mercado laboral italiano, que se recuperó más rápido. Lo sorprendente, en cambio, es lo ocurrido con los países nórdicos.

A partir de 2022, Finlandia y Suecia experimentan un aumento de su holgura laboral, coincidiendo con la guerra de Ucrania y la llegada de miles de refugiados. Este fenómeno ha acentuado un problema ya existente: la dificultad de integrar a la mano de obra migrante, que según muchos expertos ha puesto a prueba la sostenibilidad del Estado del Bienestar nórdico.

El debate generado no solo es económico, sino también político y social. Las dificultades del mercado laboral en Suecia y Finlandia se interpretan como un posible fracaso de un modelo basado en la apertura casi total a trabajadores extranjeros, sin evaluar suficientemente su cualificación o adaptación cultural. Suecia, por ejemplo, ha pasado de una tasa de paro del 5,8% antes de la pandemia a acercarse al 9%, mientras que en Finlandia el desempleo ha subido del 5,4% en 2018 al 9,3%, alcanzando en algunos momentos cifras de dos dígitos.

Este deterioro ha afectado a la estabilidad fiscal de ambos países, que en el pasado se apoyaban en una alta presión fiscal y un pleno empleo para sostener generosas políticas públicas. Paradójicamente, el éxito de su modelo ha terminado contribuyendo a su debilitamiento.

El Gobierno sueco incluso ha habilitado una web oficial para desmentir rumores sobre la seguridad y el estado de la sociedad, aunque reconoce que la situación es "muy grave", con una ola de violencia sin precedentes. Las autoridades culpan en parte a la delincuencia asociada a inmigrantes de primera y segunda generación, y proponen una inmigración "ordenada" centrada en atraer talento y trabajadores cualificados. Sin embargo, la mayoría de los inmigrantes acaban desempeñando trabajos poco cualificados y con bajos salarios, sobre todo en el sector servicios.

Desde el punto de vista económico, el propio Banco Central de Suecia (Riksbank) atribuye los desequilibrios del mercado laboral a la inmigración masiva de refugiados y familias, que ha dificultado el ajuste entre oferta y demanda de empleo tras la crisis financiera y la pandemia. Según el banco, las personas nacidas fuera del país representan una proporción creciente del desempleo y tienen una tasa de búsqueda de trabajo más baja. De hecho, Suecia y Finlandia, tradicionalmente países con bajo desempleo, registran ahora las tasas de paro más altas de toda la UE entre los residentes nacidos fuera del bloque comunitario, lo que ha generado malestar social.

El economista Stefan Hedlund, profesor de la Universidad de Uppsala, señala que el número de residentes en Suecia nacidos en el extranjero se ha duplicado desde el año 2000, superando los 2,1 millones de personas (el 20% de la población total). Si se incluyen los hijos de inmigrantes nacidos en el país, la cifra asciende al 26%. La mayoría procede de Asia (40%) y África (10%), lo que ha complicado su integración por las diferencias culturales y lingüísticas. El Gobierno sueco ha encargado un estudio sobre los costes y beneficios de la inmigración por países de origen, para evaluar el impacto real de esta situación.

En contraste, España ha experimentado también una fuerte llegada de inmigrantes en los últimos años, pero sin los efectos negativos observados en el norte. Aunque los datos de holgura laboral no distinguen nacionalidades, las cifras de desempleo muestran una diferencia notable: la tasa de paro entre los extranjeros no comunitarios en España es del 14,9%, frente al 9,1% de los nacionales. En Finlandia, los extranjeros duplican la tasa de paro de los autóctonos y en Suecia la triplican, la brecha más amplia de toda la Unión Europea.

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